MIGUEL ÁNGEL RODRÍGUEZ SOSA
Por las noches, en la oscuridad rumorosa del recinto, al conciliar el sueño solía soñarse en el mar sobre la negra y cóncava nave. Alzaba la mirada: la bruma velando las estrellas del cielo. Sentía creía sentir el rolar y el cabeceo sosegados sobre las aguas calmas, el liviano chapoteo en la proa que las corta, mirando el vacío de la noche oscura y apacible, con aromas a sal, moho y alquitrán, agobiado por la sensación, más bien la idea, de que quería retornar a un lugar donde encontraría las certezas que este presente suspendido le negaba; su hogar tal vez. Trató de recordar dónde es o era, su paisaje, su luz, su olor siquiera, la imagen de alguien que lo espere allí, una mujer, los hijos, un perro. Pero no lo consiguió. Y otra vez la voz de su mente le dijo: «No hay retorno a Ítaca». 10