Francisco Royo Vilanova
Joffer había entendido a la perfección lo que el joven sacerdote persa le había dicho y acatando sus órdenes, antes de que amaneciera, el hombre recogió a su familia y agrupó las pocas pertenencias que tenía, cargándolas sobre los burros. Más tarde, bajo la protección del fornido Dasir Nemelec, juntos se dirigieron hacia el sur, camino de un lejano país del que tan solo conocían el nombre. Varias semanas después de duras caminatas, cuando en el horizonte comenzó a disiparse la neblina, dando paso a los deslumbrantes rayos del astro rey, comenzaron a distinguir las tierras donde las palmeras y algunos altos edificios religiosos sobresalían sobre un horizonte de color verde que parecía no tener fin; eran tierras bañadas por el incombustible dios Nilo. Joffer se preguntó entonces dónde estaría su destino final y el de su familia, pero no obtuvo respuesta. Aquel silencio presagiaba que debía seguir caminando y protegiendo a los suyos, tal y como le había indicado Tamir, aquel desconocido sacerdote persa.