Gustavo Gutiérrez Merino
El seguimiento de Jesús, la clásica sequela Christi, que, sobre todo desde el siglo XVII, llamamos con frecuencia espiritualidad, es el punto de bóveda de toda reflexión teológica. M.D. Chenu planteó, hace años, una perspectiva que nos resultó siempre muy inspiradora. En definitiva decía este gran maestro, en uno de sus primeros trabajos, los sistemas teológicos no son sino la expresión de las espiritualidades. Ese es su interés y su grandeza. Y agregaba con precisión: Una teología digna de ese nombre es una espiritualidad que ha encontrado los instrumentos racionales adecuados a su experiencia religiosa.Lo dicho vale especialmente para un discurso sobre la fe que se define como una reflexión sobre la práctica a la luz de la fe. La espiritualidad se coloca, precisamente, en ese terreno, el de la vida cotidiana del cristiano. Ser discípulo es insertarse en la práctica de Jesús. La espiritualidad es el eje vertebrador del discurso sobre la fe, le da su significación más profunda y su alcance más interpelante. Por esa razón la espiritualidad ocupa un lugar de primer plano en teología de la liberación. De allí que la inserción y atención a los testimonios de personas y de comunidades cristianas, presentes en el mundo de los pobres de América Latina y el Caribe, estén en el punto de partida de esta reflexión y nutran su caminar. 10